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sábado, 27 de agosto de 2016

Soledad mediática




Hace unos días salió una noticia publicada en la prensa, que provenía de un post en Facebook publicado por la policía de Roma. Corrió como la pólvora y fue objeto de infinidad de comentarios en las redes sociales  y de la que se hizo eco la prensa, posteriormente. La noticia es una muestra palpable de la soledad e incomunicación en la que se vive en la sociedad actual, especialmente las personas mayores, lo que es un problema a nivel mundial, sobre todo en las grandes ciudades.

La noticia era la siguiente: La policía de Roma  comunicaba que dos agentes se habían desplazado en un día indeterminado de la semana del 8 al 14 de agosto, a un domicilio en la zona de Appio, por haber recibido una llamada de unos vecinos que escucharon gritos y llantos que provenían de la casa habitada por dos ancianos, Jole, de 84 años, y su marido, Michele, de 94.

 Los policías acudieron ante el temor de que la pareja de ancianos habieran sido víctimas de la delincuencia, pero el matrimonio les informó que lloraban porque les había emocionado ver historias tristes en las noticias. Además, la pareja que lleva 70 años casada afirmó que no habían tenido visitas durante mucho tiempo y se sentían profundamente solos.

Los agentes de policía se conmovieron ante la situación de desamparo de la anciana pareja y, después de pedirles permiso para buscar en la despensa, les prepararon un  sencillo plato de pasta mientras esperaban a que llegara una ambulancia para que examinaran el estado de salud del matrimonio y, mientras los ancianos comían, estuvieron charlando con ellos.

La soledad en la que vivía el matrimonio se vio aumentada por la salida de vacaciones de los vecinos o conocidos, lo que pudo más sobre su estado de ánimo y los llevó hasta la desesperación que se manifestó en las lágrimas que derramaban de angustia y soledad. No habían sido víctimas de una estafa, ni de la violencia ajena, solo era la soledad y la falta de calor humano que notaban a su alrededor las que les llevaron hasta la más absoluta desesperación y les hizo llorar tan fuerte que los vecinos que los oyeron creyeron que eran víctimas de algún tipo de agresión.

La sola compañía de los agentes y el gesto cariñoso de prepararles un sencillo plato de pasta les calmó porque encontraron en ellos la compañía, la atención y el calor humano que echaban en falta. Hay que desear que su soledad se haya visto arropada, a partir de ahora, por una mayor atención de los servicios sociales y de sus propios vecinos, además de sus posibles familiares, al conocer esta historia de soledad y desamparo.

Las redes sociales se hicieron eco y les llovieron a los ancianos palabras de consuelo y ofertas de amistad, lo que está muy bien, pero no resuelve nada la compañía a distancia a unas personas que, por edad, no tendrán acceso a internet ni interés por las nuevas tecnologías.

Estos gestos altruistas de apoyo y solidaridad son encomiables y deseables, pero olvidamos, muchas veces, que, además de las noticias tan emotivas como esta que aparecen en las redes sociales y en la prensa, a nuestro lado existen personas de carne y hueso, con nombre, apellidos y rostro, al que vemos con mayor o menor frecuencia, que esconden igual soledad, angustia y desvalimiento, aunque pasan desapercibidas porque sus casos no salen en los medios de comunicación y, por tanto, no ejercen la atracción que suscita todo lo que es publicado y, por ello, notorio y conocido.

Esos otros casos reales que están cerca son los que nos deberían preocupar por ser los únicos en los que podríamos participar directamente para ayudar en lo posible, nos pasan desapercibidos porque no nos interesan las vidas ajenas, las cercanas y, por lo tanto, poco interesantes en su cercanía, en su cotidianidad. Carecen del marchamo de noticia que tienen los otros casos similares que aparecen en la prensa y en las redes sociales, creando expectación, interés y solidaridad.

Pero habría que preguntarse si son las personas que encarnan dichas noticias y sus problemas los que en realidad interesan y preocupan, o es el medio en el que se transmite la noticia y la consecuente notoriedad que le otorga -como en el caso del matrimonio italiano-, el que suscita el interés, más mediático que humano, porque lo que interesa es estar "allí" donde se produce la noticia y esta salta a los diversos medios de comunicación, entre los que destaca internet y su reclamo para quienes buscan ser parte integrante de las noticias por eso de "los diez  minutos de gloria que todo ser humano debe tener en su vida", como afirmaba Andy Warhol

No nos engañemos con esta solidaridad a distancia y mediática. Los ancianos protagonistas de esta noticia tenían vecinos, conocidos, algún familiar más o menos lejano, y a ninguno le importó lo más mínimo su soledad, su angustia y su desamparo. Sólo cuando salió la noticia y se hizo viral, entonces cayeron en la cuenta de que eran los mismos ancianos a los que veían salir a hacer la compra, darse un paseo o, simplemente, no salir nunca de casa, lo cual es mucho más preocupante. Si no hubieran sido noticia los dos hubieran muerto de esa soledad y desesperación que sufrían porque, al no salir en los medios, no eran de ningún interés para quienes les debieron dar su compañía, apoyo y comprensión mucho antes de que tuviera que ir la policía ante su llanto desgarrador que alertó a los vecinos. Ninguno de ellos fue tampoco a ver qué les pasaba, sólo llamaron a la policía por eso de no "meterse en problemas".

En Madrid viven 400.000 ancianos solos, muchos de ellos aparecen en las noticias cuando ya es demasiado tarde porque los vecinos llaman a la policía por el mal olor que sale del piso del anciano/a o, bien, porque no lo ven desde hace mucho tiempo, lo que es menos usual en cuanto al número de llamadas, pero igual de preocupante. Cuando llegan los servicios sociales el anciano está muerto desde hace días, semanas e, incluso, meses. La llamada debió haberse hecho antes a la puerta o al teléfono del anciano para preguntarle si se encontraba bien o necesitaba algo. Sólo cuando ya es demasiado tarde surge la solidaridad, la preocupación por el otro, por el vecino al que ni siquiera se conoce y que, por eso mismo, puede estar muriéndose de enfermedad, pero, también y sobre todo, de soledad, angustia y desesperación, porque sabe que no importa a nadie y que nadie vendrá a tenderle una mano, ofrecerle apoyo,  compañía o el afecto que necesita.

Siempre se justifica la indiferencia de unos con otros, especialmente en las grandes urbes donde nadie se conoce, por el respeto a la intimidad y privacidad ajenas, decimos. No nos engañemos, lo único que nos mueve a esa indiferencia, lejanía y desinterés, es nuestro propio egoísmo y el deseo de que los problemas ajenos no nos salpiquen porque ya tenemos bastante con los propios. Como dice el refrán "ojo que no ve, corazón que no siente", por eso vamos ciegos, sordos y mudos ante el sufrimiento ajeno, ante la soledad del otro, ante su fragilidad humana que, olvidamos, es la nuestra y esa misma vulnerabilidad nos puede poner más tarde, cuando menos lo esperemos, en la misma situación de esos dos ancianos que lloraban de soledad y tuvieron que salir en la prensa y en las redes sociales para que supiéramos que existen y que necesitaban calor humano y compañía. Lo mismo que necesitan millones de seres anónimos que, por eso mismo, nadie ve, ni escucha ni apoya.

Para recibir atención, apoyo, compañía y afecto hay que salir en los medios de comunicación. Si no es así, somos invisibles para los demás, esos que se vuelcan con los que sufren en otra parte del mundo por lejana que sea, pero se les olvida el vecino, el conocido, el familiar cercano o lejano que, por no ser noticia, no cuenta, no existe y a nadie importa.