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martes, 4 de septiembre de 2018

Un asesino en búsqueda y captura

Joe Brech,,el asesino, y su víctima

                                             
Ana Alejandre 

Existía, hace décadas, un famoso programa radiofónico que se titulaba “El criminal nunca gana”, haciendo alusión a que ningún autor de un delito podría escapar nunca de la acción de la justicia.. Se puede decir, más bien, que "el criminal no siempre gana",, aunque tarde en darse cuenta como es el caso del que se trata en este artículo.

Aunque ese programa se emitía en una época más ingenua que la actual, en la que se creía a pie juntillas en los valores tradicionales que hacía ganar siempre el bien sobre el mal; nos siempre se ha cumplido esa premisa ideal, a pesar del mayor número de posibilidades para atrapar al delincuente: técnicas de investigación sofisticadas, análisis del ADN, medios de comunicación como internet, televisión, móviles, etc., que hacen más fácil poder transmitir inmediatamente una noticia a los cuatro puntos cardinales, con los datos e imágenes del autor de un crimen, no siempre se consigue su captura, porque los medios de ocultamiento y fuga también son mayores para quienes huyen de la justicia. 

Sin embargo, un asesinato y abuso sexual cometido contra un indefenso niño de once años, Nicky Verstappen, cometido en 1998, en Holanda, y cuyo autor se había dado a la fuga, ha tenido el final feliz de su captura, veinte años después, por una mera casualidad proporcionada por la coincidencia de la fotografía del único sospechoso de tal espantoso crimen, publicada en un periódico holandés, con la visita de un ciudadano holandés a España y, justamente, al lugar donde se ocultaba el asesino que intentaba pasar desapercibido, en la localidad barcelonesa de Castellterçol. 

Joe Brech, que es el nombre del asesino buscado inútilmente por la policía en estos veinte años, había llegado a dicha localidad en abril de este año, después de haber llegado de Francia donde se había refugiado en las montañas. Cuando llegó a Cataluña, preguntó por algún lugar donde le dieran comida y habitación por realizar trabajos en huertas o similares. Le hablaron de la llamada “masía encantada” como así la llaman sus habitantes, dos familias de masoveros (labrador que vive en masía ajena y cultiva la tierra a cambio de una retribución en dinero o en especie, y, también, los que viven en masías), y, también, como la “casa de los hippies”, tal como la conocen los habitantes del pueblo.

 El asesino holandés, de 55 años, se dirigió a dicha casa y habló con las dos familias de la masía y les propuso realizar trabajos a cambio de comida y alojamiento. Aceptaron su propuesta, ya que habitualmente admiten a voluntarios que se ofrecen. El prófugo se definió como un experto conocedor de las plantas medicinales y la masía se dedica a elaborar cosmética natural como medio de vida. 

El recién llegado también demostró que era un excelente cazador y que sabía fabricar trampas para animales. Superó los días de prueba y se quedó a vivir con ellos, pero no quería dormir en la casa con las dos familias, y prefirió construirse una especie de campamento en el bosque, a unos 50 metros de la vivienda, que no era otra cosa que una hamaca tapada con un toldo. Los habitantes no pusieron ninguna objeción porque no les extrañó, por el sistema de vida no convencional que ellos mismos llevan 

Lo que sí les llamó la atención fue su extrema introversión y, si hablaba, solo lo hacía de plantas, demostrando su profundo conocimiento de las mismas. Cualquier otra conversación la desviaba siempre hacia el tema que le obsesionaba. No le interesaba nada del exterior, de ese mundo del que huía, refugiándose en el bosque, a resguardo de miradas curiosas. No utilizaba internet, ni móvil. Ni siquiera bajaba al pueblo de Castellterçol nada más que en contadas ocasiones, y se paseaba por el pueblo con su mochila y su gorra. Los lugareños lo consideraban uno más de la casa, del que no sabían nada de su vida, pues no establecía contacto con ninguno de los habitantes del pueblo 

Los habitantes de la casa afirman no haber tenido nunca problemas con él, pues hacía muy bien su trabajo y se retiraba a su refugio. Los habitantes de la casa estaban acostumbrados a recibir a personas de todas las nacionalidades que acudían a pasar allí una temporada, llevando una vida natural o de retiro espiritual, y veían a gente diferente y de caracteres diversos. El huido era uno más, aunque más introvertido que los otros, pero no problemático o sospechoso en su conducta.

Pero la causalidad quiso, en uno de esos garabatos que traza en el destino de cada individuo, que apareciese por la casa un holandés, el pasado y último fin de semana de agosto, y los habitantes de la casa presentaron a los dos compatriotas que estuvieron hablando durante dos horas. Después de terminar la charla, el recién llegado, muy interesado por las noticias de su país, leyó la prensa holandesa y vio la foto de uno de los fugitivos más buscados por la policía de su país, y supo, inmediatamente, que era el mismo que le habían presentado poco antes los masoveros. Llamó a uno de los moradores de la casa y le enseño la foto, que reconoció como Joe Berch. Después, llamaron a la policía.

 Por su parte, las autoridades ya habían recibido muchas alertas del posible paradero del criminal buscado, pero todas resultaron inútiles, hasta que les llegó la pista definitiva desde el bosque de Castellerçol que parecía ser la que estaban esperando desde el principio para poder encontrar al asesino. Informó la Policía Nacional a los habitantes de la masía de que llegarían hasta donde vivían para detener al fugitivo, 

Se daba la circunstancia de que, en esos mismo días, la casa estaba al completo por gente que había llegado de varios países de Europa para participar en unas jornadas de convivencia, inmersos en el precioso entorno natural de la masía, y con el propósito de estar cuatro días y sus noches sin hablar. Pero los habitantes de la casa con la policía acordaron la mejor forma de que los agentes pudieran detener al asesino, sin que los otros visitantes se percataran de ello. Los propietarios del lugar no querían que la “masía encantada” se convirtiera en un espectáculo protagonizado por policías y un fugitivo. Eso arruinaría su buen nombre y su negocio.  

Para ello, convinieron con la policía que ese domingo se llevarían a Joe Brech a cortar leña, a las tres en punto de la tarde, dos habitantes de la casa. Esto lo hacían habitualmente, por lo que el fugitivo no podía sospechar nada de dicha propuesta y le dificultaría su huida.Cuando los tres habían avanzado unos pocos metros, los agentes del Grupo de fugitivos Internacionales, se abalanzaron sobre el asesino y lo detuvieron. 

Por fin, el asesino pederasta del pequeño Nicky Vertappen, había sido detenido por la justicia, veinte años más tarde de la comisión del horrendo crimen. Su víctima y su familia podrían encontrar paz y un poco de consuelo, aunque nunca se puede superar un trauma así. El criminal tendrá que pagar ante la justicia, a pesar de que su instinto de depredador humano le había ayudado a escapar durante dos décadas de los servidores de la Justicia. Lo sabía todo de la naturaleza, su hábitat en tantos años de huida, pero la causalidad (o más bien, la causalidad) hizo que una foto suya en la prensa holandesa fuera vista por un compatriota suyo de viaje a España y al mismo lugar donde se encontraba el asesino y supo alertar a la policía. 

Un crimen cometido tantos años atrás en un entorno natural (un campamento de verano donde el niño fue asesinado) tan parecido al que fue detenido su autor, pone el punto final a una historia de horror y muerte en un paraje parecido al del macabro suceso, como una pirueta sarcástica del destino.

 No siempre se cumple la sentencia de que “el criminal nunca gana”. Desgraciadamente, muchos se escapan y no pagan ante la justicia (aunque todos pagamos nuestros errores y malas acciones de una forma u otra); pero cuando se detiene a un criminal se siente alegría y pena, al mismo tiempo. Alegría, porque el asesino pague su culpa, aunque sea con tanto retraso; y pena, porque el hecho de que lo enjuicien y encarcelen no le devolverá la vida al niño inocente que pagó con su vida el mero hecho de estar en el sitio equivocado y en el momento equivocado, lo que le puso en contacto con el depredador que acabó con su vida.

 Este suceso, que parece sacado de una buena novela o película de suspense por la larga persecución del criminal, borra las fronteras entre realidad y ficción. Sin embargo, es una noticia real, aunque seria preferible que perteneciera al mundo de la ficción, en cuanto a la víctima, una de tantas que todos los días se cobran los asesinos de toda clase y condición, que van llenando los medios de comunicación, la actualidad cotidiana, con un reguero de víctimas (y sus familias que lo son igualmente) y ensombrece la vida de todos los ciudadanos, con un tinte oscuro y siniestro de ; pero, sobre todo, de miedo, mucho miedo. Todos somos víctimas potenciales, sin importar el sexo, edad o condición, por el simple hecho de encontrarnos cualquier día con el psicópata asesino en serie, el maníaco, el fanático terrorista, o el homicida irresponsable que quiere morir, llevándose a todos los que pueda por delante. 

Los que viven en localidades pequeñas suelen estar pendientes de los forasteros y no le quitan el ojo de encima, porque quieren saber a quién tienen cerca y qué peligros puede representar. En las grandes ciudades hay que fiarse de la buena suerte, de “a mí no me puede pasar”, o de que “nadie se muere mientras no le ha llegado su hora”; o bien, de que “eso solo sucede en las películas”. Todo sirve para poder seguir viviendo en la jungla de asfalto en la que no conocemos quién sube con nosotros en el ascensor, se toma un café en la mesa de al lado, o viaja en el mismo autobús. sin sentir ese miedo que nos atenaza cuando nos paramos a pensar que tenemos las mismas posibilidades que esas víctimas reales que salen en las noticias para ocupar su lugar en las crónicas de sucesos.