Taro Aso, ministro de Finanzas de Japón. |
por Ana Alejandre
Que la prensa nos ofrece a diario noticias sorprendentes,
muchas de ellas terribles y siniestras; esperpénticas, otras; indignantes.
muchas, y cómicas las menos, es de todos sabido; pero las declaraciones del
ministro de Finanzas japonés, Taro Aso, que aparecieron en la prensa (El Mundo/Mundo,
22/01/2013),rayan en lo increíble por el cinismo, la crueldad y la falta de
respeto y de humanidad que ha demostrado el responsable de las finanzas niponas
hacia todos sus compatriotas mayores de 65 años, en particular, y al resto de
la población, en general.
Sin tener ningún recato, el mencionado político nipón ha
aconsejado a sus compatriotas mayores de 65 años, que "se den prisa en
morir", para no convertirse así en una carga para la economía del Japón,
país que también atraviesa por una fuerte crisis, debida a la recesión
económica que sufre. Estas declaraciones que han sido, además de inoportunas,
improcedentes y fuera de lugar, han despertado las iras de sus compatriotas,
porque la cultura japonesa es especialmente atenta al cuidado y respeto de los mayores tradicionalmente.
Además, de sus 128.000.000 de ciudadanos, la cuarta parte supera ya los 60
años, porcentaje que aumentará hasta un
40% en los próximos 50 años.
La frase del político japonés no tiene desperdicio alguno:
"Dios no quiera que ustedes
se vean obligados a vivir cuando quieran morir. Yo me despertaría sintiéndome mal
sabiendo que todo [el tratamiento] está pagado por el Gobierno", dicha en
una reunión del Consejo Nacional sobre la reforma de la Seguridad Social y de
la que se hace eco el periódico británico "The Guardian". Por si no
había quedado suficientemente claro cuáles eran sus ideas sobre esta cuestión,
añadió: "El problema no se resolverá a menos que ustedes se den prisa en
morir".
Hay que añadir que
dicho político tiene 72 año, pero no se siente aludido por esa urgencia en
morir que le aconseja a sus compatriotas mayores en la actualidad, y a los que
en el futuro rebasen esa edad por lo que se sentirán ahora igualmente
amenazados, porque es uno de los hombres más ricos de Japón. Ha afirmado que no
está de acuerdo con los cuidados paliativos y ha escrito una nota advirtiendo a
su familia que no prolongue su vida artificialmente con cuidados, en caso de
llegarle el momento.
Pero ahí no queda la
sarta de despropósitos que ha podido decir sobre una cuestión tan sumamente
delicada como es el cuidado de los mayores y enfermos, porque calificó como
"gente de tubo" a los ancianos que no pueden alimentarse por sí
mismos, y alegó que esos cuidados cuestan muchas decenas de millones de yenes
cada año a la Administración nipona, por la costosa la atención que se le da a uno de
esos enfermos que no se valen por sí mismos.
Los japoneses se ha
sentido dolidos e insultados por tales declaraciones de su ministro de
Finanzas, ya que existen más de 678.000 hogares nipones en los que hay un mayor
de 65 años, o aún mayores, lo que supone un 40% del total de los hogares
japoneses. También ha aumentado el número de ancianos que mueren solos, pues el
número de ellos que vivían en completa soledad es de 4.500.000, en 2010, y el
número de los que murieron en sus hogares ha ascendido un 61% entre 2003 y
2010.
El ministro deslenguado
ha intentado aclarar sus palabras posteriormente, pero no es la primera vez que
ha manifestado desprecio hacia los mayores de 65 años, calificándolos como "chochos", y advirtiendo a los
pensionistas de que, según él ministro,
deben cuidar más de su salud. Naturalmente, no se preocupa por el bienestar de
los mayores en plan altruista, sino para ahorrar todo lo posible los gastos que
originan el cuidado de las personas mayores, cosa que a él no le preocupa
demasiado por su inmensa fortuna.
Naturalmente, estamos
todos acostumbrados a frases lapidarias e inoportunas de los políticos en todos
los países, pero las frases del ministro de Finanzas japonés se pasa de la
raya, hablando con desprecio y considerando como verdaderos estorbos y caros de
mantener vivos a quienes han dedicado sus vidas a crear riqueza para su país,
en sus respectivos trabajos y ocupaciones, convirtiéndolo en uno de los países
más florecientes económicamente del mundo después de la II Guerra Mundial.
Estas declaraciones
hacen recordar una terrible costumbre medieval del Japón que se extendió hasta
el siglo XIX, cuando en épocas de hambrunas, en las que los hijos con padres a su cargo y
con pocos recursos y menos escrúpulos aún, llevaban a sus mayores al monte Fuyiyama, especialmente al bosque de Aokigahara que está en las faldas del mismo,
para que murieran allí de frío, inanición y terror, al sentirse abandonados.
Ese bosque se ha convertido en las últimas décadas en un lugar preferido para
los suicidas japoneses, por lo que existen cuadrillas de vigilancia que recorren
la gran extensión ocupada por dicho bosque para recoger los cuerpos de los
desventurados suicidas que escogen el lugar, por su silencio y retiro, para
despedirse de este mundo.
Habría que preguntarse
que si un personaje con tanto sentido "práctico" como es el ministro
de Finanzas nipón. se conformará con aconsejar a los mayores de 65 años "que
tengan prisa en morir", y no aconsejará también que se practique la
eutanasia con enfermos terminales de cualquier edad, por el alto coste que
puedan tener los cuidados paliativos que necesitan esos enfermos; al igual que
aconsejaría lo mismo para que se eliminaran a los discapacitados físicos y
psíquicos, por iguales motivos económicos y su falta de productividad; al igual que a los
dementes, etc., lo que recuerdan ciertas terribles prácticas eugenésicas que
llevaban a cabo los nazis en la primera mitad del pasado siglo.
Cómo es posible que un
país con la sensibilidad y culto a los mayores, con la atención a la familia y
sus necesidades, no exige la dimisión fulminante de un político de tal catadura
que puede llegar a decir públicamente semejantes atrocidades sin que se le
caiga la cara de vergüenza, considerando a quienes son de igual o menor edad
que él mismo, un estorbo que convendría que desapareciera pronto, por no tener
la inmensa fortuna que él posee, la falta de escrúpulos que demuestra y su
innegable cariz de sátrapa para el que los seres humanos importan mientras son
productivos y rentables, y dejan de tener valor alguno cuando se convierten en
seres enfermos, ancianos, pero igualmente humanos y necesitados de cuidados,
amor y comprensión, sin olvidar que también necesitan recibir un mínimo de
agradecimiento por haber contribuido, cada uno en su medida y capacidad, al
levantamiento de un país que quedó en la ruina moral y económica después de la
II Guerra Mundial, y al que hicieron levantarse y convertirse en una primera potencia
mundial a fuerza de lucha, coraje, esfuerzo y sacrificio.
Lo que está sobrando en
Japón, como en cualquier otro país, no son los ancianos, los pensionistas, los
enfermos, los disminuidos físicos y psíquicos, es decir la población no
rentable por edad o condición física, sino los políticos desalmados, inhumanos
y que, a fuerza de mirar sólo por las finanzas
y sus servidumbres, confunde el valor de una vida humana con el precio a pagar
para conservarla con dignidad.
Individuos como éste en cualquier Gobierno son
los que deberían tener prisa en dimitir o ser cesados fulminantemente, porque
son una vergüenza para un pueblo tener dignatarios con tan poca dignidad y
menos escrúpulos y por eso se la quieren arrebatar a sus compatriotas por considerarlos
estorbos, por improductivos, y caros de mantener, aunque hayan sido los que han
producido durante muchos más años de los que les reste de vida, para que gente
como Taro Aso se hayan enriquecido y ahora los insulten impunemente.