Instantánea de un practicante del balconing |
por Ana Alejandre
El trágico juego del balconing, denominación inglesa al peligroso salto de un balcón a otro o directamente a la piscina, fenómeno que comenzó en España en 2010 y que, en estos tres años, ha causado 16 muertos, 11 de ellos sólo en 2010, cifra escalofriante, porque, además de tratarse de jóvenes alrededor de la veintena de edad, dichas muertes se deben a la siempre peligrosa mezcla de alcohol y drogas, la propia y desaforada juventud y el hecho de estar de vacaciones lejos del control familiar, lo que propicia todos los excesos.
Aunque se han producido casos en
playas de Levante, el récord en cuanto a números de fallecidos por esta causa
la ostenta la isla de Mallorca, especialmente la bella playa de Magaluf, de
Palma de Mallorca, en la que se ofrece una amplia y excelente oferta hotelera
que atrae a muchos turistas, especialmente a jóvenes británicos que son los que
mayoritariamente protagonizan estos luctuosos sucesos, sin que dejen de tener
un cariz de estupidez macabra y terrible.
Ante el continuo reguero de estas
muertes estúpidas, aunque trágicas como es toda muerte accidental, algunos
hoteles ya están tomando medidas drásticas y urgentes, elevando la altura de
las barandillas, incluso por encima de la altura exigida; o bien, como es el
caso de Lloret de Mar, se ha dictado una Ordenanza con el fin de multar el balconing, con multas que ascienden a
los 750 euros e, incluso, puede llegar a los 1.500 euros.
En el Reino Unido crece la
preocupación por este fenómeno de tan terribles consecuencias, por lo que El Foreign Office ha empezado a hacer una
lista de las muertes causadas por este motivo en este año que, en lo que
concierne a ciudadanos ingleses, llega hasta 13, con tres víctimas mortales.
Para
desanimar la práctica de este juego macabro, el El Foreign Office ha publicado
un video en el que Jake Evans, un
superviviente de tan peligrosa práctica, debido a que una sombrilla amortiguó
su caída, ofrece su testimonio y advierte de los peligros que conlleva. Por eso,
en dicho video le pide a sus compatriotas "responsabilidad", a fin de
evitar más muertes por este motivo.
Habría que preguntarse qué lleva a
unos jóvenes, en esa edad en la que la vida es una promesa y el futuro un
escenario probable pero incierto a poner en juego sus vidas o a sufrir unas
consecuencias dramáticas que los deje con secuelas terribles de por vida.
Los
jóvenes practicantes de este terrible juego cuelgan en internet los videos
tomados durante su "hazaña" y, por unos días, semanas o meses, se
sienten protagonistas y héroes ante sus amigos y conocidos, de un acto que
parece alzarles al podio de los ganadores, en una sociedad en la que los
jóvenes habitualmente se sienten perdedores y no de un juego, sino de la propia
vida., lo que les lleva quizás a jugársela en una partida en la que tienen
todas las cartas marcadas como para perder con total seguridad.
Ese exceso de comodidades, caprichos
conseguidos sin esfuerzo, debido a un alto nivel de vida que les ha hecho
viajar a otro país y les ha permitido estudiar, tener coche o moto, comprar
ropa de marca y cuantos deseos tengan que son siempre satisfechos por unos
complacientes padres, por una sociedad que ha convertido a la juventud en una
mera etapa de búsqueda de placer, de diversión, en vez de ser una época de
formación, de aprendizaje, de desarrollo humano, es el motor que les impulsa a
ir más deprisa, más lejos y de manera más excitante.
Todo ello, en un continuo ejercicio
y exigencia de supuestos derechos sin compensación por otros tantos deberes, ha
llevado a los jóvenes, a estos que practican el balconing y a otros que practican otros juegos igual de
irracionales y peligrosos, al más profundo hastío y frustración y, sobre todo,
al miedo. Un miedo atroz a no saber por qué y para qué vivir, qué hacer con
unas vidas que se les han quedado grandes, o demasiado pequeñas, del mismo
tamaño que el de sus sueños que siempre han sido cumplidos por sus
complacientes padres, por eso temor a no "traumatizar" a los
hijos si se les niega algo, por nimio
que sea. Ese miedo a no ser nada, en una sociedad, la de los adultos, de la que
se sienten excluidos, a pesar de darles todo sin cortapisa, quizás para que no
den problemas, para que no protesten, para que no incordien. Y ese mismo exceso
de cosas logradas sin esfuerzo alguno, a través de terceros que se lo ponen
fácil, es el que dispara en sus mentes juveniles una señal de alarma, la peor
de todas: "Soy un inútil que consigo todo de los demás con sólo pedirlo,
una o cien veces, pero al final lo logro". Y esos logros no compensan, no
hacen más felices, ni más satisfechos, sino todo lo contrario. Y para demostrarse a sí mismo y a los
demás, a quienes les dan todo sin exigirles nada, como quien paga el salario
del miedo, miedo a la rebelión, a la protesta, es por lo que intentan "el
más difícil todavía", el salto al vacío, sabiendo que en ese juego mortal
se juegan su propia vida, su integridad física; pero ese riesgo lo aceptan y
lo corren, porque la victoria que vendrá
después, si no quedan sus sesos repartidos por las losetas del jardín o los
azulejos de la piscina, les habrá compensado del riesgo corrido, ya que esa
enorme satisfacción de haber logrado saltar y conseguir su meta, la han
conseguido sólo con su esfuerzo, su arrojo o su temeridad; pero, por primera
vez, lo habrán conseguido por ellos mismos y habrán demostrado que, si no
pueden elegir la vida que vivir, si pueden elegir la forma de morir.
Macabro y estúpido juego que
demuestra que la sociedad en la que se produc está enferma
de gravedad, y los que saltan desde el balcón son algunos de sus síntomas más
alarmantes, pero también son sus víctimas mortales y de su propia estupidez ávidas de nuevas y excitantes sensaciones.