Traductor

miércoles, 27 de febrero de 2008

Libros versus televisión


por Ana Alejandre


La lectura me hace olvidar el convulso panorama electoral que sufrimos los españoles. No hay medio de comunicación que no hable de las encuestas sobre las intenciones de voto, de los propios candidatos y de las mil y una anécdotas que estos días propician. Por eso, leer a los autores de fuera y dentro del país, a todos los que demuestran su maestría y su capacidad fabuladora, creadora de mundos propios y a la vez tan cercanos al lector, es siempre un placer añadido al que proporciona la simple lectura para todo amante de los libros.



El libro, soberbio, de Martin Amis, La Casa de los Encuentros es motivo de reflexión sobre la condición humana tan proclive a olvidar los terribles hechos protagonizados por seres humanos, de los que se puede llegar a dudar sobre la condición humana que ostentan y que niegan con sus atrocidades que son sufridas por otros seres, en esa doble identidad de víctima y verdugo que toda persona lleva dentro. Admirable libro es éste.



También la escritura sosegada, limpia y directa de Julia Sáez-Angulo, en El Nieto del Indiano reconforta con la proximidad de su lenguaje, con la humanidad cotidiana, cercana y siempre compartida con el lector y lo convierte en un soplo de aire fresco. Este es un libro en el que aparecen referencias artísticas, literarias y lingüísticas que demuestran el gran conocimiento del mundo clásico y de las llamadas lenguas muertas por parte de su autora y que confieren a la novela un referente de cultura humanística que es un valor añadido al argumento escrito con un estilo realista y descriptivo, carente de toda artificiosidad. Es un libro que reconforta y nos recuerda la propia vida y sus avatares al leer la que transcurre entre las páginas del libro. Sin duda, una novela para leer y recordar.



Estas lecturas, entre otras muchas, le quitan protagonismo a la siempre bullanguera televisión, sin importar qué canal se elija para ver siempre lo mismo. Es como si se cambiara de decorado y presentador, pero se viera en cualquier cadena la misma programación, en una repetición de temas, enfoques, programas e invitados que convierte a la televisión en un plano continuo y repetido de las mismas caras, voces y contenidos que dejan al espectador aturdido, confuso, cuando no aburrido y harto de la ramplonería que invade todas las programaciones.



Por eso, la lectura y, para quienes escribimos, la escritura, es siempre el propio refugio de todo aquel que no quiere seguir inmerso en esta sociedad de consumo alienante en la que todas las imágenes nos impelen a comprar determinado producto, totalmente innecesario, a votar a cierto candidato igualmente innecesario y además nocivo para los intereses del país; cuando no a interesarnos por los problemas acuciantes de los náufragos , previo pago de su importe, en una isla real pero que cada vez parece más de cartón piedra, al igual que los concursantes que intervienen en dicho concurso de supervivencia y no sólo para los que intervienen en él, sino para los propios espectadores que tienen que demostrar su paciencia y aguante para poder seguir soportando la enésima entrega de cómo unos cuantos famosillos ponen en peligro su salud física y psíquica en la isla de los hambrientos.



Es que, aunque parezca mentira, aún no hay muchos espectadores que tengan la costumbre de cambiar de canal o de coger un libro o dedicarse a otra actividad más divertida, productiva o enriquecedora, antes de perder el tiempo en observar como otros pierden kilos y hasta la propia dignidad, por un puñado de euros y para ser protagonistas, durante cierto tiempo, de unos espacios televisivos que los convierten en centro de atención hoy y los arrojan al olvido mañana.
Es que el diario panorama de la vida cotidiana siempre trae a colación la capacidad humana para perder el tiempo y las energías en lo que no merece la pena, precisamente por quienes siempre se quejan de no tener tiempo para leer, aunque sea el periódico, para pensar o dialogar con los demás y consigo mismo, sobre todo. Y todo ello quizás porque no se tiene miedo a saber de las catástrofes, oír las calamidades y ver las imágenes terribles de toda tragedia humana, pero si se teme ver, oír y llegar a conocer de verdad a quien vive próximo a nosotros, porque los problemas lejanos, por eso mismo, parecen menos graves y no nos conciernen, pero las dificultades, sufrimiento y problemas de quienes nos rodean nos salpican y eso, además de molesto, es realmente peligroso para el propio egoísmo que es, al fin y al cabo, el mejor mando a distancia que tenemos y manejamos para alejarnos de todo aquello que pueda arrebatarnos la sensación cómoda y segura de que somos los dueños de nuestra propia parcela de confort, de nuestra isla de la que nunca querríamos salir.