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jueves, 1 de diciembre de 2011

La muerte de un inocente más



La noticia que ahora se comenta es, desgraciadamente, una más de las que aparecen diariamente en la prensa y que pone de relieve el horror del maltrato infantil, tragedia que viven millones de niños en todo el mundo y que, en la mayoría de los casos, reciben de sus propios padres, o padrastros, en el seno familiar que, en vez de ser el ámbito en el que tendrían que recibir la atención, los cuidados y el cariño de sus progenitores, es el escenario privado y letal en el que se convierten en víctimas de abusos, vejaciones y actos de crueldad inimaginable que les provocan, en muchas ocasiones, la muerte, cuando no secuelas físicas y psíquicas que le acompañan de por vida como recordatorio terrible de los abusos sufridos.
El caso de Bastien, el precioso niño de tres años que ha muerto por ser introducido en una lavadora en marcha por su propio padre como castigo por haber roto un dibujo de otro niño en la guardería a la que asistía, ha conmocionado a toda Francia, país ilustrado por excelencia, en el que, sin embargo, también se producen noticias escalofriantes como ésta, ya que los monstruos psicópatas existen en todas las latitudes, aunque tengan la inofensiva apariencia de un padre de familia normal, como es el caso del autor de tan horrendo crimen,  Christophe Champenois, de 33 años.
Bastien, la víctima de esta muerte sin sentido -si es que alguna puede tenerlo sobre todo cuando se tratan de seres tan indefensos como son los niños-, vivía en las afueras de París y, todo parece indicar que este castigo inhumano, más propio de una película de terror, lo había sufrido otras veces sin la letal consecuencia que ahora ha tenido, por ser una práctica habitual en esa familia que estaba siendo vigilada por los servicios sociales desde 2006, pero éstos no han podido, o no han sabido, evitar la tragedia que parecían anunciar los indicios o sospechas que ahora se han visto confirmados  por esta muerte atroz del pequeño Bastien.
Cuando los padres  llevaron a Bastien a los servicios de urgencia, al ver la gravedad de las lesiones sufridas y el estado que presentaba después de sacarlo de la lavadora, afirmaron que “se había caído”, pero ha sido su hermana, de cinco años de edad, la que dijo la verdad de que había sido metido en una lavadora y puesta en marcha durante algunos minutos, lo que era práctica habitual en esa familia monstruosa como medio de castigo, aunque habría que decir como síntoma alarmante de la psicopatología de los padres del desafortunado niño.
Lo más sarcástico de todo es que, según los propios servicios sociales que estaban observando el comportamiento de la familia, no había en los últimos años ningún indicio de malos tratos y afirmaban que los niños gozaban de buena salud, lo que parecía restar peligrosidad al ambiente familiar hasta que la espeluznante muerte del niño ha demostrado que esa apariencia de normalidad era solamente eso: pura apariencia, debajo de la cual se escondía la monstruosa realidad familiar en la que un castigo habitual era meter a los niños en la lavadora y ponerla en marcha como si de algo inocuo o inofensivo se tratara.
Toda sociedad, de cualquier país y cultura, tiene la obligación de proteger a los seres más indefensos como son los niños, -sin olvidar a los ancianos y mujeres que también son víctimas de abusos y malos tratos-, y no confiar sólo en las apariencias de normalidad, basándose en las declaraciones de los propios miembros de la familia que tratarán en todo momento de restar importancia a lo que sucede en el ámbito familiar, resguardado de las miradas ajenas, en la que los miembros más indefensos se encuentran solos ante el peligro de la violencia y agresividad de algunos de sus miembros más fuertes y, por tanto, más peligrosos. Por ello, éstos encuentran a su alcance víctimas propiciatorias contra las que poder desatar toda su instinto depredador, su furia asesina y su propia maldad de psicópatas ávidos de sangre que se nutren con el sufrimiento que les infringen impunemente, en la intimidad del hogar, que se convierte así en el campo de concentración en el que es posible cualquier atrocidad, cualquier crimen, porque en él imponen la única ley de su voluntad quienes no ven en los otros  nada más que el reflejo de su propia locura, de su insania mental, de la ausencia de  cualquier rasgo de humanidad.
Lo triste de este caso, como el de muchos otros, es que este niño, víctima inocente de la brutalidad de su padre y la inoperancia de los servicios sociales, estaría vivo si, ante los indicios que llevaron a vigilar a la familia en su comportamiento con los menores, hubieran tomado la decisión de quitarles la patria potestad y haber quedado en tutela los pequeños, alejándolos así del peligro que representaban sus padres, evitando  de esta forma que los hechos que sirvieron de motivo para la observación familiar se hubieran podido repetir con las consecuencias letales que ya son irreversibles. La Justicia, una vez más, llega demasiado tarde, cuando hay víctimas mortales y cuando toda actuación ya es inoperante para poder evitar hechos luctuosos que nunca tendrían que haberse producido si se hubiera actuado con mayor diligencia y menos confianza en una supuesta normalidad que estaba lejos de ser real.
El castigo al padre debería ser ejemplar, pero como siempre llega cuando la víctima está enterrada y de su tumba no podrá salir nunca más y, sin embargo, el culpable, el homicida, antes o después, saldrá de prisión, recobrando su libertad y podrá así retomar su vida normal, esa vida que le ha arrebatado a su víctima y cuya muerte quedará, una vez más, impune. Esto es la consecuencia lógica de esta sociedad  supuestamente civilizada, en la que la víctima siempre es la que tiene menos derechos y los culpables campan a sus anchas, gozando de los privilegios legales que le permiten su “reinserción”, mientras al muerto no le reinserta nadie en la vida, en la suya que le fue arrebatada por quien, precisamente, no merece estar vivo. Aunque, se puede confiar en que las instituciones penitenciarias sí velaran con cuidado y desvelo al padre para que no pueda atentar contra su propia vida, como en tantos otros casos, en un giro sarcástico, ya que no han podido velar  más eficazmente por la víctima que ahora sí que está ya a salvo, definitivamente, de la violencia asesina de su padre.