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domingo, 6 de octubre de 2013

Muertes estúpidas

Instantánea de un practicante del balconing


          El trágico juego del balconing, denominación inglesa al peligroso salto de un balcón a otro o directamente a la piscina, fenómeno que comenzó en España en 2010 y que, en estos tres años, ha causado 16 muertos, 11 de ellos sólo en 2010, cifra escalofriante, porque, además de tratarse de jóvenes alrededor de la veintena de edad, dichas muertes se deben a la siempre peligrosa mezcla de alcohol y drogas, la propia y desaforada juventud y el hecho de estar de vacaciones lejos del control familiar, lo que propicia todos los excesos.
            Aunque se han producido casos en playas de Levante, el récord en cuanto a números de fallecidos por esta causa la ostenta la isla de Mallorca, especialmente la bella playa de Magaluf, de Palma de Mallorca, en la que se ofrece una amplia y excelente oferta hotelera que atrae a muchos turistas, especialmente a jóvenes británicos que son los que mayoritariamente protagonizan estos luctuosos sucesos, sin que dejen de tener un cariz de estupidez macabra y terrible.
            Ante el continuo reguero de estas muertes estúpidas, aunque trágicas como es toda muerte accidental, algunos hoteles ya están tomando medidas drásticas y urgentes, elevando la altura de las barandillas, incluso por encima de la altura exigida; o bien, como es el caso de Lloret de Mar, se ha dictado una Ordenanza con el fin de multar el balconing, con multas que ascienden a los 750 euros e, incluso, puede llegar a los 1.500 euros.
            En el Reino Unido crece la preocupación por este fenómeno de tan terribles consecuencias, por lo que  El Foreign Office ha empezado a hacer una lista de las muertes causadas por este motivo en este año que, en lo que concierne a ciudadanos ingleses, llega hasta 13, con tres víctimas mortales.
                        Para desanimar la práctica de este juego macabro, el El Foreign Office ha publicado un video  en el que Jake Evans, un superviviente de tan peligrosa práctica, debido a que una sombrilla amortiguó su caída, ofrece su testimonio y advierte de los peligros que conlleva. Por eso, en dicho video le pide a sus compatriotas "responsabilidad", a fin de evitar más muertes por este motivo.
            Habría que preguntarse qué lleva a unos jóvenes, en esa edad en la que la vida es una promesa y el futuro un escenario probable pero incierto a poner en juego sus vidas o a sufrir unas consecuencias dramáticas que los deje con secuelas terribles de por vida.
            Los jóvenes practicantes de este terrible juego cuelgan en internet los videos tomados durante su "hazaña" y, por unos días, semanas o meses, se sienten protagonistas y héroes ante sus amigos y conocidos, de un acto que parece alzarles al podio de los ganadores, en una sociedad en la que los jóvenes habitualmente se sienten perdedores y no de un juego, sino de la propia vida., lo que les lleva quizás a jugársela en una partida en la que tienen todas las cartas marcadas como para perder con total seguridad.
            Ese exceso de comodidades, caprichos conseguidos sin esfuerzo, debido a un alto nivel de vida que les ha hecho viajar a otro país y les ha permitido estudiar, tener coche o moto, comprar ropa de marca y cuantos deseos tengan que son siempre satisfechos por unos complacientes padres, por una sociedad que ha convertido a la juventud en una mera etapa de búsqueda de placer, de diversión, en vez de ser una época de formación, de aprendizaje, de desarrollo humano, es el motor que les impulsa a ir más deprisa, más lejos y de manera más excitante.
            Todo ello, en un continuo ejercicio y exigencia de supuestos derechos sin compensación por otros tantos deberes, ha llevado a los jóvenes, a estos que practican el balconing y a otros que practican otros juegos igual de irracionales y peligrosos, al más profundo hastío y frustración y, sobre todo, al miedo. Un miedo atroz a no saber por qué y para qué vivir, qué hacer con unas vidas que se les han quedado grandes, o demasiado pequeñas, del mismo tamaño que el de sus sueños que siempre han sido cumplidos por sus complacientes padres, por eso temor a no "traumatizar" a los hijos  si se les niega algo, por nimio que sea. Ese miedo a no ser nada, en una sociedad, la de los adultos, de la que se sienten excluidos, a pesar de darles todo sin cortapisa, quizás para que no den problemas, para que no protesten, para que no incordien. Y ese mismo exceso de cosas logradas sin esfuerzo alguno, a través de terceros que se lo ponen fácil, es el que dispara en sus mentes juveniles una señal de alarma, la peor de todas: "Soy un inútil que consigo todo de los demás con sólo pedirlo, una o cien veces, pero al final lo logro". Y esos logros no compensan, no hacen más felices, ni más satisfechos, sino todo lo contrario. Y para demostrarse a sí mismo y a los demás, a quienes les dan todo sin exigirles nada, como quien paga el salario del miedo, miedo a la rebelión, a la protesta, es por lo que intentan "el más difícil todavía", el salto al vacío, sabiendo que en ese juego mortal se juegan su propia vida, su integridad física; pero ese riesgo lo aceptan y lo  corren, porque la victoria que vendrá después, si no quedan sus sesos repartidos por las losetas del jardín o los azulejos de la piscina, les habrá compensado del riesgo corrido, ya que esa enorme satisfacción de haber logrado saltar y conseguir su meta, la han conseguido sólo con su esfuerzo, su arrojo o su temeridad; pero, por primera vez, lo habrán conseguido por ellos mismos y habrán demostrado que, si no pueden elegir la vida que vivir, si pueden elegir la forma de morir.
            Macabro y estúpido juego que demuestra que la sociedad en la que se produc está enferma de gravedad, y los que saltan desde el balcón son algunos de sus síntomas más alarmantes, pero también son sus víctimas mortales y de su propia estupidez ávidas de nuevas y excitantes sensaciones.