Ana Alejandre
Este
fenómeno universal, desgraciadamente y para vergüenza de cualquier sociedad en
la que se produce, en 2017 está provocando víctimas con una repetición y
celeridad pavorosas. A pesar de que, en España, fueron 44 víctimas mortales por dicha causa en 2016, lo que le hace quedar como uno de los años con menos número de víctimas mortales por esa terrible causa y creab espernzas de que ese terrible fenómeno estaba en una bajada de casos que era esperanzadora.
Las
campañas de concienciación de los ciudadanos ante este trágico fenómeno .que
desdice la supuesta cultura y civilización de una sociedad azotada por esta
trágica plaga, no han hecho decaer el número de víctimas sino que parece, según
las últimas cifras de este año, que está aumentando.
Hasta
el día 25 de febrero habían muerto,
desde el 1 de enero del presente año, 15 mujeres a manos de sus cónyuges,
parejas o ex parejas, en un rosario sangriento de víctimas de la violencia machista y la barbarie más espeluznante.
Este mes de febrero es el más trágico en este siniestro tema desde 2008, año en
el que fueron asesinadas, en los dos primeros meses del año, la misma cifra de
15 mujeres a manos de los hombres con los que mantenían, o habían mantenido en
algún momento de sus vidas, relaciones sentimentales, según manifestó a la
prensa la Delegación del Gobierno par la Violencia de Género que inició en 2004
su cómputo de las víctimas por tal causa.
Seis
de las víctimas fueron asesinadas en enero y las nueve restantes lo fueron en
febrero, en una escalada mortal que sobrecoge por la reiteración de una
violencia que genera víctimas que se encuentran indefensas delante de su
verdugo.
Algunas
de ellas habían presentado denuncias contra sus agresores y las había con orden
de alejamiento de quienes después las asesinaron, en una demostración evidente
de que tales órdenes no sirven de nada cuando el asesino tiene ya trazado su
plan letal.
Esto
pone en evidencia que la sociedad falla en proteger a quienes se encuentran
indefensos ante los productos o, mejor dicho, desechos de una cultura machista
que ha creado a esos monstruos. Esos que, a falta de capacidad de raciocinio y
de un mínimo de autocontrol de los impulsos, considera que tiene el derecho de
disponer de la vida de otro ser humano de la que se considera acreedor por haber
sido educado en unos principios machistas, en los que el macho impone su fuerza
bruta, su incapacidad de controlar sus impulsos agresivos, su propia rabia ante
la frustración que le produce el hecho de ser abandonado por quien considera que
es de su propiedad. Por ese motivo, muchos supuestos hombres y bestias ciertas,
hacen realidad la siniestra frase que afirma “La maté porque era mía”, dicha con
la satisfacción de quien considera que ha ejercido un derecho inalienable y sin
sentir culpa alguna.
El
problema es de la educación recibida en una falta de valores morales y éticos y
en los contravalores sí enseñados como es el m´s rancio machismo, en el que al hombre se le
educa como el ser superior al que la mujer debe estar sometida. Cuando esta se
rebela ante ese estado de abuso constante por parte del hombre, y decide
abandonar una relación que la hace desgraciada y a quien no la respeta ni valora,
es cuando se produce la reacción de rabia y frustración del supuesto hombre que
no puede aceptar la posibilidad de perder el dominio sobre la mujer, sobre un objeto de su
propiedad, como así la considera, y ataca con la rabia asesina del animal que
intenta defender un territorio inexistente que no es otro que el cuerpo de una
mujer, haciendo así realidad la frase terrible que dice; “Si no es para mí, no será para nadie”.
La sociedad
tiene que arbitrar una serie de medios eficaces para evitar este rosario de
muertes inútiles que se podrían haber evitado si lo que dicen las leyes que
amparan a las mujeres en riesgo se convirtieran en hechos concretos y oportunos
que asegurasen la integridad de esas mujeres que han pedido muchas veces ayuda
y amparo ante una muerte anunciada y denunciada. Sin embargo, la policía, los jueces y los
servicios asistenciales, por falta de medios materiales y no por dejadez, no
han podido llegar a tiempo y sólo a
posteriori intervienen para contabilizar otra muerte absurda, para
certificar otro asesinato de una víctima que se ha sentido sola y desamparada
ante la furia asesina de quien, una vez,
fue su pareja y se convirtió después en su verdugo.
Todos
tenemos que responsabilizarnos de estas muertes, estando atentos a lo que pasa
en nuestro entorno y no haciendo oídos sordos
a todas aquellas señales de alarma de que una mujer está siendo
maltratada. Estps desmanes suceden ante el silencio cómplice de una sociedad
que dice no querer intervenir en problemas de pareja, cuando lo que, en
realidad, está oyendo, viendo o intuyendo son las señales de la agonía lenta,
terrible y desamparada de una mujer, una víctima, que está pidiendo socorro,
ayuda y atención en silencio.
Hay
que estar alerta ante unos hechos aparentemente inocuos: discusiones, gritos
frecuentes, palabras malsonantes, descalificaciones, ruidos de golpes, cuando no algún de algún que otro
hematoma (por una supuesta caída, un accidente casero, etc.) que deben alertar
que esa mujer está siendo maltratada en una espiral de violencia creciente y
que, en muchos casos, termina con la vida de quien la ha padecido ante la
indiferencia de los demás, por el supuesto respeto debido y la no intromisión en
la vida de pareja.. Ante situaciones cercanas así, sólo cabe llamar al 016, de forma anónima, y advertir que en un piso cercano hay evidencias de que se están produciendo malos tratos, sobre todo cuando esos indicios son repetidos. A partir de entonces, se pone en marcha el protocolo correspondiente de ayuda a la víctima.
Así,
quienes ven u oyen y no actúan denunciando los hechos y/o ofreciendo su
ayuda a la víctima de esos hechos para que no se sienta sola y ayudándola a alejarse
del maltratador -según sean las circunstancias y la relación con la víctima-, resultan ser, en muchas ocasiones, cómplices involuntarios del
depredador humano. Esto sucede hasta que este mata a quien ha maltratado durante mucho
tiempo, cuando esta dice ¡basta ya!, e intenta abandonarlo, o cuando la violencia del agresor traspasa todo
límite y termina con la vida de la mujer que ha padecido un infierno de
maltrato en soledad.
Incluso,
se da el caso trágico de mujeres que han denunciado ante familiares y amigos el
calvario que están viviendo y no las han creído porque el marido o pareja está
considerado una buena persona que es incapaz de ese tipo de actos. Cuando se
produce la muerte es cuando todos dicen que no podían creer que el homicida pudiera
llegar a ser el autor de un acto tan atroz. Pobre consuelo para la víctima que
se ha sentido abandonada ante un canalla que ha cuidado su puesta en escena
ante su círculo habitual como mejor sistema para acallar la verdad que su
víctima pudiera contar, pidiendo ayuda.
Las
muertes de todas las víctimas de la mal llamada violencia de género tienen que
ser un aldabonazo en las conciencias de toda la sociedad porque es cosa que nos
atañe a todos y en lo que nos tenemos que implicar sin mirar para otro lado,
con la excusa del respeto a la intimidad de las parejas. El maltrato, la
violencia psíquica y física, el abuso continuado y las faltas de respeto del
hombre hacia la mujer, no merecen ningún respeto. Sólo merecen la reprobación,
la denuncia -según la gravedad de los hechos- y la condena social de quienes,
por ser machos pero no son hombres, están de más en una sociedad civilizada en
la que la Ley y sus mecanismos deben defender al más débil y protegerlo de los
depredadores humanos, algunos con traje y corbata, que disfrutan volcando su
iracundia, su rabia, su frustración, sus complejos y su cobardía en una mujer, -en
unos niños, también, en ocasiones- que sólo han cometido el error de estar a su
lado y formar una familia con esas malas bestias que sólo conocen la
brutalidad, la violencia, el abuso y el maltrato como forma de convivencia,
como única forma de expresión de su insania mental, de su impotencia cobarde y
de su incapacidad para amar.